lunes, 11 de agosto de 2014

AMOR CORTÉS:


«Durante muchos siglos la idea y práctica del amor habían estado regidas por la libido, y su código era el Ars amandi, de Ovidio. El amor era un impulso de carácter sensual y perfectivo que aspiraba al goce material y al logro definitivo y absoluto. Pero la vida cortesana de los castillos occitánicos en el siglo XII adoptó una nueva y extraña inteligencia erótica en la que predomina la idea de servicio permanente y desinteresado. El es llamado amor cortés. El amante no se propondrá un objetivo o una meta, como es cobrar la pieza de caza y satisfacer en ella un afán de victoria, sino que se mantendrá en un estado de amor que no aspira a ninguna recompensa o galardón. Es un imperfectivo amar por amar que se mantiene permanentemente, a través de múltiples matizaciones como servidor humilde y fiel en homenaje sin esperanza a la mujer amada. Lo característico del amor cortés, en contraste con el amor ovidiano, es la sumisión del amante ante la soberanía de la dama, la señora, de la que nada espera y a la que dedicará toda su vida en actitud de delicuescente melancolía. De ella va a provenir el tono doliente y gemebundo del poeta amante que llora no su desventura ante un fracaso, que sería una solución, sino el paradójico dulce mal de amor con las agravantes de consentimiento y perduración. No hay un grito de pasión triunfal o de rabia ante la derrota, ni una solución definitiva en el juego del amor; no hay pugna mutua de contrarios en la que se vence o se es vencido.

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